Un acercamiento a la poesía de Subhro Bandyopadhyay por David Francisco.

David Francisco (Madrid, 1987). 
Hace vídeos, entre los que no destacan 'Fluido Error', 'Versavice', 'SOIS TODOS UNOS CERDOS', 'El amor en su ausencia', 'La vuelta a uno mismo en 80 segundos' o la película 'La diferencia'.














Un acercamiento a la poesía de Subhro Bandyopadhyay


Un indio que hablaba gallego en Soria. Así fue mi primer encuentro con el poeta Subhro Bandyopadhyay, que estaba allí para presentar su libro La ciudad leopardo (Olifante, 2010), el resultado de su trabajo con la I Beca Internacional Antonio Machado, una beca que surgió para unir visiones y culturas, permitiendo a poetas extranjeros residir en Soria durante unos meses y escribir allí un libro, emulando a Machado y sus Campos de Castilla.

Subhro Bandyopadhyay nació en Calcuta en 1978, y es autor de cinco libros de poesía, dos novelas y una biografía de Pablo Neruda. En La ciudad leopardo, hasta el momento su único libro publicado en español, Subhro se lleva Soria a India y sobre todo trae India a Soria (me decía: "se llama La ciudad leopardo porque desde mi ventana veía el parque de La Dehesa y por las mañanas el juego de luces y sombras entre las hojas de los árboles me parecían las manchas de un leopardo").

La ciudad leopardo es un libro que, formalmente, tiene poemas en prosa y en verso, pero el fondo de esa forma nada tiene que ver con la mayor parte de la poesía escrita en occidente, centrada casi exclusivamente en el ser humano y sus sentimientos, sobre todo amorosos, casi nunca sinceros, y muy alejada de cualquier contacto con la naturaleza. En la poesía de Subhro un hombre no es más que un árbol, el ser humano está integrado en el mundo, y las imágenes tienen tanto poder que nos abren puertas en los ojos a otra forma de mirar. Es una poesía que viene de lejos, pero no geográficamente, sino de recuerdos de la niñez, de sueños, de evocaciones, o de la pura imaginación; y las veces que viene de contemplar la realidad que le rodea, lo hace pasando por un filtro muy personal.



Una de las primeras cosas que Subhro me dijo fue: "yo empecé a estudiar español porque quería leer a Neruda en su lengua original". Y también me dijo: "en India, Neruda o Juan Ramón Jiménez son poetas muy conocidos y leídos, de hecho hay quien piensa que Neruda es indio. Y aquí, ¿qué poetas indios conocéis?". Silencio. Sólo Tagore, pensé, pero él ya lo sabía.
Para romper con esto, comenzó un ingente trabajo de traducción que ha dado como resultado La pared de agua. Antología de poesía bengalí contemporánea, publicada hace ahora un año, también por Olifante, y que incluye vertidas al castellano las voces de 41 poetas post-Tagore de la zona de Bengala (la zona este de India, lugar de nacimiento de Tagore y del propio Subhro), acercándonos aún más.

A continuación, algunos poemas de La ciudad leopardo.


Un poema sin título

Hay casas abandonadas y en ruinas debajo de la piel y junto a ellas pasa la corriente caliente de aluminio, bajo una luz lunar ininterrumpida, a la que llamamos dolor. Y allí se mueve el aire oscuro o ¿tierra o agua? para cubrir los rostros asesinados. Allí está el cuchillo, el afilar, la sangre. Viene aquel aluminio muy caliente del que han saltado unas gotas que brillan en el cielo negro y frío, vienen para cuidar y cubrir el cuerpo quemado de la chica desconocida.

Ahora, en el invierno cósmico, nieva sobre ellos. Al lado del valle tiemblan las mujeres desnudas, los hombres desnudos que llevan espinas en la piel. ¡Ay! Si estas piedras pudieran contar su historia,

te sumergirías de golpe en la distancia profunda desde mis gritos.



Sobre la soledad

Se podían decir muchas cosas, pero de momento sólo cae nieve sobre un montón de piedras y se ve un camino lejano como una raya de ojos. Hay un hombre paseando por allí con su perro. No se oye nada, sólo el perro está arañando y rascando el aire frío con su pata.



El diálogo de los creyentes

Se nota que el diálogo entre Dios y el hombre flaco, con un pañuelo melancólico en su bolsillo, transcurre en las manchas negras debajo de los ojos. Al salir de la iglesia amarilla ve que un gato nublado y lento le acecha desde la esquina abandonada.

El tiempo para un creyente siempre está a sus pies. Nosotros, la gente de los cantos negros, no sentimos el entorno del verano fresco. Las ardillas. Los abuelos palpan la luz solar de color aluminio. Los nietos están con ellos por hábito.

Desde la mano desordenada, de ese hombre flaco, caen las calles de su adolescencia, ahí queda también el perfume del nacimiento. Caen también: el valle de los domingos, el parque La Dehesa condensadamente verde, la muchedumbre. La mañana afloja como las páginas de un libro sagrado que se ha descubierto al excavar.

Las letras no pueden contener toda la emoción del ser humano, si pensamos en la abstracción de los sonidos quedamos mudos, entonces ¿a dónde van estas imágenes de pequeños vuelos? Estos suspiros, estás lágrimas ¿pueden hacer orificios al menos sobre las paredes o sobre los frescos coloridos del lenguaje? A lo que los artistas de la restauración dirían: signos de sal...



5

Después abre la noche húmeda con musgos,
la boca de una cueva al lado del breve atardecer.
Está bajando el cielo, como si bajara una señal blanda
en el labio, en el pecho, hay un río rojo y abierto en la lengua
y vas diciendo: deja libre el mundo gris de las piedras, al menos
hacia la mitad del día, la calidez verde de los verderones silbará más cerca.
Tu saliva se mezcla en mi labio, en mi pecho, en mi lengua
y está subiendo la señal azulada
en los dedos, en las uñas, en las venas, en los poros de los pelos,
crecen las flores de hierro
siembro la ilusión como si pudiera anestesiar con su olor acre
al otro lado de la ventana, el árbol que se llama octubre
está domesticando el amarillo, el fósil en su piel lisa



13

No se puede llevar un hilo en el cuerpo.

Los poemas no-nacidos estaban huyendo con nuestros falsos trucos
cuando de pronto cayó una piedra en el cuerpo del cauce azul, después
sobre el monte todo es silencioso, abajo
en la ruina antigua la luna está llena de cenizas como siempre.

Estamos listos. Todo este tiempo es un camión cargado
que está pisando la calle nevada en la madrugada.

En un día mojado un adolescente respira poniendo la nariz en el vidrio de la ventana,
descubre el corazón del vapor,
después las alas heridas de un hada desaparecieron en el agua
justo fuera de estas imágenes se encuentran los chopos con un gesto de ofrenda.

En esas madrugadas Dios es la fragancia de la nieve nueva

que está cayendo sobre los árboles desnudos, áridos,
que esperaban desde hace muchos días.



14

El cielo del atardecer tiene el mismo color que cuando un niño alumbra con la
linterna un trozo de mandarina.
Intento poner la suavidad de la tarde nublada en las calles
que están al lado de la cafetería.
Intento poner los brazos desnudos de las mujeres,
la saliva, los escalofríos.
Con la luz amarilla crece el olor húmedo de las setas
en todo mi cuerpo, pongo la lengua de la espera silvestre
en una grieta de tronco de pino.

Pero siempre en los sueños de una persona débil
crece alguna existencia más significativa que ella:
la mañana se estrella contra la pared de un animal huyendo.
La avidez le lleva al campo de la narrativa,
sobre el invierno de setecientas páginas, con cuatro o cinco personajes flacos.

El músico de la plaza viene andando solo
por la calle nevada
hay cera verde en su acordeón a media asta.

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